¿Por qué no nos ponemos en los zapatos de otro?


Opinión extraída del muro de la periodista Milagros Leiva Gálvez

Lima, 15 de setiembre. 

En defensa de Techito 

Por Milagros Leiva Gálvez

No recuerdo en mi adolescencia huancaína haber conocido a un homosexual. Busco en mi memoria y solo recuerdo a un peluquero que trabajaba cerca del consultorio de mi padre. Decían que era gay. Era muy buena persona, a veces me peinaba o cortaba el pelo. Amable, muy refinado. No sé que habrá pasado con su vida, no sé si seguirá en Huancayo. Mi papá nunca se burló o habló mal de él. Jamás escuché una frase homofóbica en mi casa. Mi mamá le tenía mucho cariño.

Cuando llegué a Lima ingresé a la Unifé para estudiar Educación Especial, no conocí a ninguna lesbiana. En 1990 me trasladé a la Universidad de Lima para estudiar Comunicaciones y fue recién en mi facultad que conocí por primera vez a chicos de mi edad que amaban a otros chicos y a chicas de mi edad que se enamoraban de otras chicas. Al principio me sorprendí mucho con las historias, sobre todo con un compañero que era más tierno con su novio que todas las mujeres juntas. Comunicaciones era la facultad más “abierta” de la universidad, la más tolerante con todas las opciones. La palabra homofobia no existía, no que yo recuerde. Muy pronto aprendí a defender los derechos de mis amigos gays de tanto hablar con ellos. Conocí a lesbianas y homosexuales, abiertamente declarados, gays que sí habían salido del clóset y que contaban ante mi impotencia todos sus avatares familiares, lo complicado que fue confesar que les gustaba una persona de su mismo sexo, lo espantoso que era vivir una sexualidad clandestina.

Cuando entré al periódico y salí a las calles como reportera conocí a más periodistas homosexuales, fotógrafos y redactores, muchos metidos en el closet por falta de “licencia social”. Aparentando y llevando una doble vida. Alguna vez tuve un jefe gay que por estar tan reprimido resultó ser una de las personas más homofóbicas y discriminadoras que he conocido en mi vida. Era un gay triste, agresivo y discriminador. Era infeliz. Solo cuando bebía licor se destapaba y creo que hasta se daba permiso para disfrutar. Sobrio era letal hasta consigo mismo. No culpo su rabia, ser gay en el Perú es muy complicado, ser gay en Lima es difícil. Demasiada intolerancia y burla, demasiada agresión.

Hoy puedo decir con absoluto orgullo y felicidad que tengo dos buenas amigas que son lesbianas. Nuestra amistad es incondicional, a prueba de balas. Y vaya que las he visto sufrir con tanta intolerancia y discriminación. A una de ellas la conocí en la universidad, a la otra en el diario. No voy a decir sus nombres porque respeto su derecho a la intimidad y me dolería mucho si algún homofóbico las insultara por mi culpa en esta red social. Sí les contaré lo que una de ellas me dijo en una fiesta. Fue tan fuerte su confesión que se me quedó grabado para siempre. Estábamos celebrando el cumpleaños de un amigo en común, yo estaba con mi enamorado, ella estaba con su enamorada. No era una fiesta gay. Estuvimos bailando y bailando hasta que en uno de los descansos mi chico se fue a traer algo de tomar y me quedé sola con mi amiga y su pareja.

- ¿Sabes lo único que me jode de ser lesbiana?, me preguntó sorpresivamente.
- ¿Qué cosa?, le contesté.
- Que tú sí puedes besar a tu enamorado aquí mismo, enfrente de todos y nadie se escandalizará, que tú sí puedes tenerlo de la mano toda la noche y nadie dirá nada ni volteará a mirarte con censura, me jode que tu sí puedas expresar abiertamente tu amor heterosexual y que yo tenga que esperar siempre a que se acabe la fiesta y llegue a mi espacio privado porque si amo en público genero escándalos. Me jode que siempre tenga que esperar a estar a solas para poder abrazar a mi chica porque ay de mí que me atreva a besarla; alguien nos puede mirar mal y puedo incomodar. Me jode que me miren como un bicho raro, como un monstruo cuando no lo soy. Me jode que no pueda amar públicamente, como tú.

Me la quedé mirando sin saber qué contestar. La abracé fuerte. Mi enamorado de entonces no entendió por qué cuando regresó con dos cervezas en la mano yo tenía los ojos aguados. No le dije nada. Disimulé. Esa confesión sincera se me quedó grabada y fue la que me hizo querer hacer un libro de entrevistas a homosexuales. Quería que ellos narraran cómo había sido si infancia, lo difícil que fue aceptar su identidad en la adolescencia, lo complicado que fue comunicarlo a la familia, lo feliz que se sintieron finalmente cuando con absoluta libertad pudieron decir, sí soy gay, ¿me puedes explicar cuál es el problema? Quería despertar más tolerancia, pero hasta ahora no puedo escribir este libro de entrevistas porque solo dos personas han aceptado participar con nombre y apellido y foto, los demás homosexuales a quienes he preguntado viven encantados con la idea, pero me dicen que no pueden participar porque sería un escándalo revelar su homosexualidad públicamente. Piensa en mi padres, Mili. Los mataría. Eso me dicen apenados. Yo tengo más pena. Qué difícil debe ser vivir con tanta culpa, con tanta represión, con tanta censura.

Hoy he recordado todo esto porque cuando el congresista Carlos Bruce lanzó la propuesta para promulgar la ley de unión civil entre homosexuales yo sonreí mucho pensando en mis amigas y en mis amigos gays. Los imaginé casándose y yo asistiendo a sus uniones y celebrando finalmente que en el Perú impere el respeto y la defensa de los derechos sin discriminar a nadie. Me equivoqué. Hoy leí el primer capítulo de una batalla que será dura y bastante agresiva entre los que están de acuerdo y los que han puesto una cruz. Era de esperar que monseñor Cipriani estuviera en contra de esta propuesta, pero no de malas maneras. Nadie dice que todos tengamos que estar de acuerdo, ¿pero por qué insinuar cosas o calificar al mensajero? ¿Por qué mejor no discutimos el proyecto de ley sin ofender a quien la propuso?

¿Tienen los homosexuales derecho a unirse civilmente? Yo creo que sí, tienen tanto derecho como nosotros los heterosexuales. Pero si usted está en contra diga sus argumentos con calma y sin escarnio que para eso vivimos en un país demócrata donde existe libertad de expresión. “No hemos nombrado congresistas para justificar su propia opción”, ha dicho Cipriani. ¿Qué ha querido insinuar? ¿Qué el congresista Carlos Bruce es gay? ¿Y si lo fuera, cuál sería el problema, acaso no podría presentar una ley que defienda los derechos de la comunidad gay y someterla a debate? ¿No es acaso el parlamento el espacio para discutir proyectos de leyes? ¿Para qué son elegidos los congresistas entonces, para quedarse callados?

No me parece que un monseñor conteste así a un congresista, del mismo modo que no me parece que quienes están en contra de la postura de Cipriani recurran a insultos y frases peyorativas contra la Iglesia católica y sus representantes. Lo mismo pienso en el caso del congresista Carlos Tubino. He leído sus frases escritas en su Twitter por este tema y me han parecido intolerantes, homofóbicas. Se lo he preguntado y espero que explique su opinión radical, pero no porque él demuestre homofobia yo voy a estar de acuerdo en que se le insulte y hasta se juegue sexualmente con su apellido. Respetos guardan respetos, lamentablemente en el Perú hay tanto odio, tanta rabia acumulada que es mejor insultar. Negar, no pensar, mejor agredir.

Cuando los adjetivos, la agresión y la prepotencia imperan poco se puede esperar en cualquier tema de la vida. Yo sí felicito al ex ministro Techito porque se atreve a poner sobre la mesa una ley que un grupo de peruanos hace rato demanda. Bruce sabía que le iba a caer un rosario de insultos homofóbicos, pero hace bien cuando aclara que no responderá a bajezas. Debe ser duro leer tanto insulto junto, pero el congresista también sabe que muchos peruanos apoyamos su valentía y estamos con él: “No es ninguna caricatura que a dos personas que se quieren y desean vivir juntos se les proteja sus derechos”, ha dicho con contundencia. Son más de 60 países donde se han establecido uniones civiles y matrimonios entre homosexuales, por si acaso.

¿Se aprobará esta ley? Cruzo mis dedos y espero que sí, lo digo con mucha esperanza y no pienso como quieren hacernos que se busca hacer una caricatura del matrimonio y que en el Perú nadie está de acuerdo con la unión gay. Disculparán que me haya extendido, pero escribo todo esto porque hoy no podría dormir tranquila sino defiendo los derechos de mis amigos homosexuales. Veo sus rostros, repaso sus historias y solo pregunto: ¿tienen derecho como un heterosexual a unirse civilmente con la persona que aman? ¿Sí o no? ¿O mejor solo los caricaturizamos? Piense usted por un momento: ¿Qué ley demandaría si usted fuera gay? ¿Qué pensaría si tuviera un hijo homosexual? ¿Sabía usted que en muchos casos donde han existido contratos civiles para proteger los bienes de una pareja del mismo sexo, los jueces han dejado sin efecto estos porque priorizan el derecho de sucesión? ¿Es justo? ¿Por qué no abandonamos nuestros prejuicios y nos ponemos en los zapatos del otro? Piénselo con calma, quizá si busca su lado sereno puede argumentar su opinión en lugar de insultar y negar lo evidente: el Perú es un estado laico y se supone que en nuestro territorio ningún peruano debe ser discriminado. Eso dice la Constitución.

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